LUIS MIGUEL MIÑARRO LÓPEZ

LA PRÁCTICA DE LA ESCRITURA.
LA ESCRITURA DE APROPIACIÓN

Parece haberse instalado la idea de que los jóvenes no están interesados en la práctica de la escritura y tienen escasa competencia comunicativa y lingüística, incapaces así de articular unas cuantas líneas con un mínimo de corrección y coherencia en cuanto se alejan de la mera imitación y la copia. Por último, se afirma con insistencia que la cultura digital en la que se han instalado los ha precarizado hasta el punto de ni siquiera reconocer normas ortográficas básicas. Todo se reduce a memes y emojis, como si las palabras hubieran desaparecido o se hubieran exilado a otro mundo más refinado, culto, tradicional, elitista.

Como suele ser normal, en estos discursos no están presentes las voces de nuestros alumnos y alumnas; tampoco se presta atención a los otros modos de apropiación mediante los que ellos y ellas se relacionan con la cultura escrita y con la cultura en general. Nuestro empeño como docentes pasa por exponerlos a situaciones en las que se pierde el valor de poder equivocarse para poder aprender y los instalamos en escenarios de nervios, inseguridades y fracasos; fomentando así el habitus áulico de no buscar, no implicarse, no participar, no recrear. Por el contrario, como dice Philippe Meiréu, nuestro trabajo debería consistir en “crear espacios de seguridad en los que un sujeto pueda atreverse a hacer algo que no sabe hacer para aprender a hacerlo”; invitarlos a salir a la intemperie del aula, a buscar y a encontrar ese lugar en el que las palabras nos están esperando:

«Javier Villafañe busca en vano la palabra que se le escapó justo cuando iba a decirla. ¿Adónde se habrá ido esa palabra que tenía justo en la punta de la lengua? ¿Habrá algún lugar donde se juntan las palabras que no quisieron quedarse? ¿Un reino de las palabras perdidas? Las palabras que se te fueron ¿dónde te están esperando?»

(Eduardo Galeano)                           

En este sentido, lo que aquí se propone es una práctica de escritura de apropiación, es decir, escribir acerca de lo que se conoce, bien sea como recuerdo, como experiencia personal, recuperando fuertemente el lugar del sujeto; proponiéndoles, en este caso, que se sitúen en un contexto socio-histórico-literario determinado, al que deben haber llegado, previamente, a partir de su propia indagación. Es decir, se trata de investigar, leer y documentar los registros de alguna escritora de las incluidas en este proyecto, tomar fragmentariamente sus textos, sus vivencias, su discurso, ya sea ideológico, social o íntimo; para después poder ocupar y desplegar su propio espacio en la escritura, para poder decir y expresar lo suyo, en una recreación personal, un relato breve (véase el texto que aquí se acompaña sobre Concha Espina), un poema que se pueda compartir (véanse como ejemplos los poemas escritos e inspirados en Sagrario Torres), un relato inspirado en una biografía (véase el relato titulado “Flor, tú” basado y ambientado en la vida de Zenobia Camprubí).

A partir de aquí, las posibilidades son múltiples: elaborar un libro de relatos con los trabajos del alumnado para incorporarlo a la biblioteca del centro, editar podcasts para compartir por redes sociales, para transmitir por radio escolar, sincronizar el relato con imágenes y música para producir vídeos; publicar historias en Instagram, hilos en Twitter utilizando el formato aquí sugerido,…

¡Que viva la imaginación!

CONCHAESPINA

A mi amigo Juan. Juancho, por entonces.

Era un enjambre de calles parecidas, rectilíneas, en su interior cuadriláteros de distintos tamaños que albergaban casas, patios y corrales; también, algunos espacios vacíos, sin edificar, que utilizábamos para jugar al fútbol, las eras. En cada barrio teníamos la nuestra.

De todas esas calles, en el callejero, apenas nombres de mujeres. Tan solo María Pacheco y Fabiola de Mora, la reina española de los belgas, pero que estaban fuera de nuestro radar. Sin embargo, aquí teníamos a «Conchaespina». En realidad, no sabíamos si era persona o cosa. Si era persona, como sospechábamos, alcanzaba a ser familiar, de toda la vida; de hecho, allí pasábamos parte de nuestro tiempo, en vecindad.

Recuerdo quedarme leyendo su nombre en la placa, una en cada extremo de la calle, allí, tan sola, tan extraña, misteriosa, rodeada de su Daoíz y Velarde y hasta de su dieciocho de julio. ¿Quién era? Del dieciocho de julio, la calle donde vivíamos, preferíamos celebrar la exaltación del verano, para no parar de jugar en todo el día, para volver a salir al anochecer y recorrer como torbellinos los corrillos de vecinos y vecinas que tomaban el fresco. 

«Vivimos de nostalgias, de imitaciones, de recuerdos,… rumiando las cosas pasadas, siempre mejores, a nuestro parecer, por la tristeza de haberlas perdido!». (1)

Por aquel entonces, la moda era vestir pantalones vaqueros, de marcas americanas, los Wrangler, Lee, Levis. Vulgarísima vestimenta convertida en febril imitación. ¿Cómo llegaban las modas? Si apenas había televisión. Sería a golpe de precios prohibitivos, de exclusividad para niños pera, en una especie de globalización anticipada. El caso es que nosotros también teníamos nuestras aspiraciones y esperábamos pacientes hasta conseguir uno de aquellos valiosos parches que marcaban la diferencia entre la gente distinguida y el resto, para que nuestra madre los cosiera en trampantojo en alguno de nuestros viejos pantalones.

El apreciado distintivo, la distinción nos llegaba de la calle Concha Espina, de nuestros vecinos. Nos gustaba estar con ellos, observarlos, imitarlos. De tanto imitarlos hasta aprendimos a jugar al ping-pong. Unas veces estaban ellos y otras no. Clara, ¿podemos subir? Por la mañana, por la tarde, horas y más horas. Siempre la mesa puesta y a pelotear, saque con efecto, mate, con la derecha, con la izquierda y mil filigranas que inventábamos.

Estábamos en pleno viaje iniciático, del vaquero marca «leches» a los del parche Lee; de pelotazos y desafíos futboleros al juego elegante de la raqueta mini; y de música ¿qué tal?

¿Te acuerdas? Había que escuchar una y otra vez cómo sonaba «Hotel California» en tu tocadiscos portátil. Vinilo a todo trapo. Todo un privilegio que servía tanto para el gozo íntimo como para improvisar un baile en la bodega de Josete. La modernidad nos iba sacando poco a poco de nuestra ignorancia, levantando el telón de la vida que se abría pujante a nuestra mirada inquieta. No importaba nuestra existencia humilde, en nuestra calle sin pavimento, polvorienta, llena de sapos y de charcos en las tardes de tormenta, pero sí el horizonte.

Conchaespina, Conchaespina, tú no estabas en nuestro horizonte, pero sí en nuestras vidas, que saltaban de forma prodigiosa del «Con flores a María» a los «Eagle» y más allá. Sonaban a moderno, moderno, los Kraftwerk, que de tanto moderno más que sonar escandalizaban. Como tú, por ser mujer escritora, Anna Coe Schip (2), envuelta, pudorosa, en anagrama.

Unas veces a sorbos, otras a grandes tragos, según nos dejaran. Vivir al galope el turbión de emociones, de ansias. «Yo me pregunto qué necesidad tendrán los ociosos de pasear su tedio tan a prisa«. (3)

Si fuiste una semidiosa de las letras, aspirante a Nobel. ¿Por qué nadie nos habló de ti? Toda la vida conociéndote, presente en nuestro paratexto vital, pero sin saber de ti, paradojas.

Conchaespina, Conchaespina, ¿quién eres? Con el tiempo, te fuiste quedando a nuestra espalda. Ya no éramos ociosos, pero teníamos prisa. Cada vez te visitábamos menos por querer descubrir otras calles, otros horizontes. ¿Quién eres?

Yo soy una mujer: nací poeta,
y por blasón me dieron
la dulcísima carga dolorosa
de un corazón inmenso.
(4)

¡Qué tarde llegas! Tan tarde que en este mundo lleno de canciones y de himnos parece que ya no cabe tu voz, entre espacios y silencios. Como si todo ya estuviera dicho.

Mientras tanto, como tú, necesitando de un mundo que no existe, un mundo que soñamos, que nos acoja y nos escuche. Buscando y no encontrando. (5)

No es añoranza de pasado, pero prometo volver a pasearte, a ponerte cara, luz y voz; aunque sea detrás de este torrente que nos arrastra por la vida.

                                               

(1) Concha Espina, Miniaturas: «Recuerdos y modas». Publicado en el diario La Vanguardia, el 23 de marzo de 1920.
(2) Anagrama con el que Concha Espina presentó sus primeros poemas.
(3) Concha Espina. Miniaturas: «El placer del riesgo». La Vanguardia, 28 de noviembre de 1920.
(4) Poema incluido en la novela de la autora «La esfinge maragata». 1914.
(5) Adaptado de los poemas «Yo soy una mujer» y «¡Todo está dicho ya! … ¡Qué tarde llego!», publicados en la «La esfinge maragata».

EJEMPLIFICACIÓN 1 – Podcast

ZENOBIA CAMPRUBÍ

RELATO: «LA FLOR TÚ»

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